viernes, 13 de diciembre de 2013

MAS ALLA DEL PENSAMIENTO


MAS ALLA DEL PENSAMIENTO  

El ser humano, sin darse cuenta conscientemente, ha convertido el pensamiento en uno de sus más grandes enemigos. El constante parloteo mental impide la real acción de la mente. Las palabras son constantes claves de referencia que abren los registros de información, de tal suerte que, desde la invención del lenguaje, el pensamiento se convirtió en la proyección de la memoria. La acción del individuo moderno está supeditada al condicionamiento, y el aprendizaje verdadero, individual, así como la percepción de la realidad son escasos. Los preconceptos deforman esa realidad. Al leer esto, seguramente a su mente se le ha ocurrido ya la pregunta: ¿Acaso se puede pensar sin palabras?
Por un momento imagine la vida en este planeta hace unos pocos millones de años, antes de la última aparición del lenguaje. El primitivo habitante no tenía un nombre para las cosas. No conocía las palabras, y por este simple hecho, no pensaba en palabras. Lo hacía seguramente en imágenes, en forma parecida a como lo hace un sordomudo que no ha aprendido a leer. Los únicos sonidos registrados en su memoria eran naturales, espontáneos. La percepción de la realidad no estaba deformada por conceptos. La habilidad natural de lectura de la mente era más utilizada para obtener información, la cual no se registraba verbalmente. La intuición era más usada. Esto puede sonar un tanto sorprendente, pero esa era la realidad. La comunicación se realizaba a través de los movimientos y gestos naturales, porque incluso en un comienzo no existieron los lenguajes de señas. Estos también fueron inventados.
Trata por un día de pensar al estilo de los primitivos. Descubrirás que te es casi imposible. El pensamiento en palabras ha invadido la mente. Pero en realidad, sí es posible pensar sin palabras, porque una facultad que se gana no se pierde. Tal vez está dormida y puede despertar de su largo sueño, pues aunque no tenemos el mismo cerebro de los primitivos, si tenemos su herencia genética, la cual no se ha modificado significativamente, desde la aparición del hombre en esta última fase de vida planetaria. El primitivo habitante de nuestra humanidad, descubría mientras caminaba, en todo el sentido literal de las palabras. El hombre moderno asocia y recuerda, hace deducciones a partir de premisas conocidas, saca conclusiones, pero rara vez observa sin prejuicios. Se comporta de acuerdo con un patrón establecido por los códigos de la presente estructura social, y usa el raciocinio y la memoria para acudir a su manual, y actuar conforme al entrenamiento recibido, lo cual, a los ojos de él mismo, curiosamente, le parece uno de los grandes avances de su género. El hombre de hoy suele atribuir una mayor inteligencia a quien obedece a un entrenamiento. Hasta se asombra de ver cómo actúa un perro amaestrado, y le cree superior a los de su raza.
Si hacemos el ejercicio de pensar sin palabras, de observar sin preconceptos, sin recurrir a la memoria, descubriremos el maravilloso arte de la contemplación. Durante la vida del hombre corriente, hay momentos en que este estado surge involuntariamente. En momentos de crisis, frente a grandes retos o durante un gran sufrimiento, la mente sorpresivamente recibe un estremecimiento y se queda en quietud extraordinaria, sin palabras, silenciosa. También ocurre frente a sorpresas agradables, en ocasiones de gran júbilo o gozo o cuando observamos las maravillas de la naturaleza. Son instantes de absoluta quietud, que no se sostienen durante mucho tiempo porque de inmediato la mente reacciona, queriendo cualificar, o dar una interpretación de lo que se percibe.
El estado contemplativo no es exclusivo de la observación externa. También puede llegarse a la contemplación de sí mismo, a la observación atenta y silenciosa de nuestras acciones, sensaciones, pasiones, sentimientos y emociones. Cuando esto se logra, nos hallamos en una deliciosa situación. La mente silente no argumenta, no razona, no compara, tan sólo percibe y en este estado cesa todo conflicto con respecto a lo que se contempla, porque al no calificarse no surge el deseo de que ocurra algo diferente a la realidad. No hay ninguna resistencia. Es una experiencia durante la cual la observación de sí mismo se hace aislándose de todo conocimiento, con memoria ausente, sin la intervención del piloto artificial llamado ego. En esta exploración nada es bueno o malo, correcto o incorrecto, nada tiene que ser o debe ser de una manera determinada. Todo lo que se percibe es un gran descubrimiento, mientras se camina hacia dentro. Es una experiencia similar a la de un viajero espacial que avanza hacia lo desconocido, y observa mundos inexplorados donde los seres no se parecen en nada a lo que hay en su memoria. Eso es lo que debieron haber hecho nuestros primitivos ancestros en sus ratos de ocio, o en sus largos caminares, descubriendo este planeta y encontrándose a sí mismos, antes de que apareciera el pensamiento en palabras y se conectara el piloto automático que llevó al egoísmo y al condicionamiento.
Cuando se logra un estado así, donde la ilimitada mente entra en silencio, la actividad es máxima, la energía está totalmente allí, sin dispersión alguna, en verdadera observación de la realidad. Sólo en ese estado la percepción de la verdad es posible, pues el hombre descubre la puerta para conectarse con lo que no está definido, es decir con lo ilimitado. Ese es el estado de una mente sin fronteras, y una manera de entrar al mundo de la unidad de toda vida.
La actitud contemplativa nos proyecta más allá del pensamiento. Es un estado de paz absoluta, donde no hay conflicto alguno. Es en la esfera del pensamiento donde se generan los conflictos, pues es éste el que compara, el que califica. Estamos llenos de códigos de conducta, dados por nuestro entrenamiento, por nuestro extenso manual de comportamiento. Todo el tiempo surgen fuerzas, sensaciones, emociones, deseos que violan ese manual. El sentimiento de culpa surge inevitablemente cuando la mente compara lo que aparece espontáneamente con lo que debería ser o hacerse, de acuerdo con la programación. Este conflicto genera contradicción, cuando se obra de manera contraria al patrón establecido, o represión, cuando el individuo se cohíbe para seguir las normas, aparentando ser lo que no es. En los dos casos, se crea resistencia, tensión y se pierde una gran cantidad de energía. Este proceso es vivido por la mayoría de los seres humanos diariamente, de tal suerte que no hay energía disponible para escapar de la prisión del intelecto, del condicionamiento que nos lleva a la acción reactiva.
En el momento en que el caminante interior examina reflexivamente sus acciones, deseos, sentimientos y pensamientos, y descubre en ellos la mancha del egoísmo, cuando descubre que está generando resistencia a lo que ocurre en la realidad cotidiana, si se da cuenta de que su vida está siendo manejada por un piloto presuntuoso llamado ego, desea soltar su pesada carga oponiéndose a éste. Tal rebelión genera violencia contra sí mismo, un gran conflicto interior, siendo la trampa más sofisticada del ego, pues esta cruenta batalla agota su energía a cada instante, y le impide liberarse del dragón. En el camino de la liberación, la clave para escapar de la prisión del intelecto está en la observación contemplativa voluntaria, pues allí el pensamiento y la emoción no tienen cabida. El ego pierde entonces su alimento, y muere inevitablemente junto con el sufrimiento.
La represión ha sido enseñada, por cientos de escuelas y religiones, como la clave de la purificación moral. Pero sus seguidores llevan siglos tratando de transformar a la humanidad mediante sus estrictos códigos, y sólo han conseguido desatar más conflicto, más violencia. La paz pretendida aún no se vislumbra en el colectivo. El humano de hoy sigue siendo como el de hace miles de años fundamentalmente, sin que se aprecie en él un cambio verdadero. Parece que el crecimiento se hubiera detenido. Somos una especie en inercia que necesita una transformación real, para dejar esta absurda forma de vivir donde el sufrimiento y el egoísmo gobiernan y minan.  
La represión es causa de gran cantidad de enfermedades, y las explosiones que se generan cuando, en el cofre de lo íntimo, en el baúl del inconsciente, las energías en conflicto rebasan su capacidad de contención, son las responsables de la degradación y la violencia del mundo. Este caduco método ha fracasado para lograr la paz mundial, y la sana convivencia.

En este sendero de autorrealización y de liberación de la humanidad, es útil proyectarse más allá del pensamiento, lo cual conducirá a una verdadera revolución interior, sinónimo de un cambio real. Seguramente eso acabará con las estructuras y patrones de la presente humanidad, pues los códigos de todas las creencias quedarán sin fundamento. Pero siempre es necesario que algo muera para que la vida continúe, de acuerdo con la ley de la impermanencia.

 de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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